sábado, 17 de noviembre de 2007


Han pasado cinco años o tal vez más; en este bosque sólo quedan fotografías en mi mente de la que fui. Una niña que jugaba entre los jardines y corredores del palacio, con las manos escondidas en su brillante vestido, mientras pequeñas huellas de barro del bosque lo decoraban esperando un reclamo. Entre luces y risas se encontraban mis ojos cada noche; bellas danzas veía en el gran salón, aromas frescos de frutas (manzanas, frutillas, duraznos) y música con dulces melodías que aún me acompañan en esta soledad. Cada noche al mirar la luna, se vienen a mi mente aquellos sonidos y en la laguna que decora este enorme jardín, veo la forma de las personas bailando bajo las estrellas. Bellos recuerdos que ahora no son nada; sentimientos perdidos, rostros de personas que alguna vez fueron importantes para mí, extraña nostalgia al escuchar el piano en el teatro del cercano castillo, y la suave voz que repite mi nombre al caminar junto a las hadas, es lo que me acompaña para recordar lo que fui; sólo un nombre, una palabra, que al decirla, me abraza y me recuerda quién soy: es la que une mis dos vidas. Lágrimas sin sentimientos, sin un sol que me acompañe.
Desde mi último juego en el gran bosque, mi vida anterior fue borrada, mientras mi sangre corría entre los labios de Alice; sólo el brillo de sus ojos da luz a mis oscuros días. Ya no queda nada en mí alrededor, sólo recuerdos entre las noches.
Mientras mi cuerpo, aún joven, lleva décadas de experiencias, luchas, lágrimas y soledad. Seguiré esperando, entonces, y recordando aquel nombre, Mahila, que me lleva a buscar cual es mi nuevo sentido para vivir, para seguir en pie; mientras mis colmillos luchan por un poco más de ese jugo rojo que se convirtió en su preferido.